martes, 12 de julio de 2011

Debe de ser por la lluvia.

Obviaba cada palabra o cada gesto siempre que podía. Obviaba la situación y se maldecía por las circunstancias. Necesitaba algo, algo que hiciese que resurgiera de sus cenizas pero por más que pensaba no encontraba ni una palabra, ni  ningún hecho, ni nada que derritiese el hielo y la escarcha que se había formado alrededor de todo y que hacía que patinase una y otra y otra vez, sobre el mismo suelo.
''Esto no está bien'', solía pensar. Pero muy pocas cosas lo estaban. 
Malas rachas lo llamaban. Que las desgracias nunca vienen solas o cosas por el estilo, pero le daba igual. ¿Que se solucionaba poniéndole nombre a las cosas? Solo era una forma de descripción, una forma de nombrar algo que, la verdad, seguía igual.
Se solía tomar a pies juntillas eso de Al mal tiempo, buena cara. Si, muy bien. Estaba bien para un rato pero el optimismo se le terminaba y el yunque del pecho se hundía por momentos, se incrustaba tanto que apesar de los esfuerzos de muchos por levantarlo..era imposible. Solo lograban mantenerlo un poco menos pesado por algunos instantes y luego.. volvía a su posición inicial. Tendría ya la mitad de costillas rotas más o menos. Y un par de kilos menos. Era muy cansado andar todo el día con ese enorme peso encima y no era su deporte favorito. Hubiese preferido correr o andar en bicicleta. 
Pero era lo que tocaba. Al menos de momento.

Tiempo después se dio cuenta que todos esos sentimientos que ensuciaban y manchaban lo que tocaban seguían ahí y comenzaba a convivir con ellos. Pero los bonitos, los cálidos, los sentimientos que algunos llamaban ''de amor'' se iban disipando. Había días que incluso ni dolía. Eso hacía que sonriese y que se dejase abrazar sin temor a deshacerse o romperse.
Pero le asustaba. Esta sensación nueva de vacío asustaba tanto que escocía en la garganta y picaba en los ojos. Por eso le gustaba mojarse. Duchas, piscina, el mar... Eso hacía que su agua y la del mundo se fundiese y no se notase nada.
Solo conseguía darle vueltas a una cuestión. Y no confesaría jamás que se había olvidado de querer. Que se estaba olvidando de muchas sensaciones. Que la tormenta era de arena y no de algodones, y la arena, finísima siempre, se le escurría por los dedos y le entraba por la boca. Hasta los pulmones.
Se estaba secando todo aquello que un día abrazaba. Estaba desatendiendo su tarea, esa en la que había puesto tanto cariño y primor. 
No le gustaba dejar de sentir. Por que entonces... entonces ocurriría lo de siempre. Que se olvidaría de todo y el tiempo hubiese sido en vano.