martes, 6 de octubre de 2009

Lyla, parte tres.

Veía las horas pasar. Sentía como los minutos se alargaban y la impaciencia brotaba en su interior.
Lyla, cálmate, decía.
La frustración iba creciendo por momentos. No estaba segura de que sus decisiones hasta ahora hubiesen sido correctas. Y si no estaba segura, ¿quería eso decir que no era esto lo que quería?
¿O su inseguridad estaba precedida por otros motivos? ¿Había algo que la empujase a sentirse así? Pensaba que sí. Pero también pensaba que en ocasiones era tan valiente (o quería serlo) que acababa por convertirse en alguien que no era. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad.
¿Era ella la que no estaba preparada para el mundo, o era el mundo el que no estaba preparado para ella?
En cualquiera de los dos casos se sentía sola, frágil e incomprendida.
Se sentía impotente. Su corazón estaba en llamas, su mente sumida en el más completo y profundo caos, su cuerpo se limitaba a reflejar todo aquello que los demás querían ver, o lo que ella quería que viesen.
Se acordó una vez más de Papeles mojados y su comparación con el té.
Ni hirviendo, ni congelado. Pero tampoco templado, pensaba ella. Caliente, con el número de grados exacto.
Qué difícil, joder. Qué difícil.
Qué complicado y angustioso era todo. Y cuanto más complicado, más placentero. Cuánto más drama, más complicación, por consiguiente, más placer. Había que andarse de puntillas.
Pero todo en su justa medida. Qué complicada era ella también. Estaba claro que era algo especial con sus cosas, pero a la vez podía ser tan simple para otras..

Siempre buscándole las cinco patas al gato. Y si ella decía que eran cinco y podía demostrarlo que temblase el mundo.
Pero luego se deshacía y toleraba que le dijesen que el gato tenía cuatro patas. O que no tenía.
¿Cómo explicaba ella eso?
Se dejaba querer. Le gustaba pensar que sí pero, ¿Y si estaba equivocada?
Y volvía al principio. ¿Y si no había estado haciendo lo correcto? Entonces llevaba media vida engañada.
Quizá se autoconvencía de que el cazador y la presa era ella misma.


Quizá es que sólo era débil.

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