miércoles, 9 de septiembre de 2009

Free at last


Oigo el murmullo de las hojas y parece que dicen tu nombre, pero tu no estás. No se si te has ido o si nunca has estado. ¿Cómo saberlo? El tiempo es traicionero y a veces parece que pasa a saltos, trompicones, como si se estuviese burlando, coge carrerilla y se detiene y después brinca al ritmo de tus latidos. O quizá de los míos. Pero nunca de los dos.
Y entonces entiendo el desasosiego y la apatía del libro del que te hablé. Claro que tú nunca escuchaste mis palabras, sólo hacías como que oías. Y escuchar no es lo mismo que entender. Eso lo aprendí de ti. Y que mirar no es lo mismo que ver. Eso lo aprendiste de mí. Aún recuerdo cuando te enseñaba a ver el mundo a través de distintos ojos. Pero te empeñabas en coger todas las cosas malas, la pobreza, la ira, el desamparo, el engaño y las mentiras, el cinismo, la rabia, la estupidez humana. Y jugabas con ello para intentar tocar fondo. Y yo te decía que en realidad el mundo no es tan malo cómo parece aunque para sobrevivir tengas que crearte tu propio mundo, sino, te aplastan.
Pero no me escuchabas.. O no querías entenderme.
Y entonces, me cansé de enrevesar y tergivesar las palabras, las miradas, los gestos, y el mundo en general, ese del que te hablaba.

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