miércoles, 30 de septiembre de 2009

Un día cualquiera.

Estoy en el atobús. Miro por la ventanilla entreteniéndome con cualquier cosa.
Hoy no me apetece escuchar música. Estoy pensando en demasiadas cosas y no sería capaz de disfrutarla.
Pero sin embargo no me molesta reflexionar con el ruido de los coches y la calle.
Prefiero darle vueltas a una cuestión mientras camino, voy en el autobús o en el tren.
El estar en movimiento hace que me sienta más libre; despeja enormemente mis sentidos.

A mi lado, un señor mayor con bastón y camisa.
Enfrente, una niña pequeña me sonríe. La sonrío. Y entonces ella cambia la expresión. Parece interesada en mí. Sólo debe de tener cuatro o cinco años, pero intuyo que en esa niña hay algo especial. Quizá me recuerda a mí pero en chiquitito.
La misma curiosidad por las sonrisas tristes, pero sinceras. Las mismas ganas pero el mismo miedo de encontrar respuesta a todo.

Los mismos ojos, grandes, expresivos, ansiosos.
Las mismas pecas, migas de pan esparcidas por su nariz.La misma inquietud, cómo sabiendo que algo no marcha bien.

Mi parada. Me dispongo a bajar. No quiero.
Me gustaría poder quedarme aquí, enfrente de ella, mirándonos hasta gastarnos.
Pero tengo que bajarme o llegaré tarde.
La niña de pecas me mira como queriéndome decir «Quédate, sólo quédate», y por primera vez me percato de la presencia de su madre, que tranquila mira también a través de su ventanilla.
Cuídala, susurro. Pero se que nadie me ha oído. Sólo yo.
Las puertas del autobús se abren y la gente comienza a bajar. La niña continúa mirándome.
Levanta su mano pequeña y hace un gesto. Un adiós.

Mientras bajo escucho a una vocecita que proviene del autobús; una vocecita menuda pero nada chillona «¿Has visto mamá? Esa chica de ahí tenía el mismo número de pecas que yo, y también en la nariz. Doce pecas»


Doce pecas.. repito mentalmente. Y dos lunares en el cuello. Y pienso que es el detalle más dulce y tierno que han tenido nunca conmigo. También pienso que eso es lo más bonito de mí: el pan integral desmigado sobre mi nariz y mis diminutos lunares color tierra, dos centímetros más abajo de la mandíbula.

Me entran unas tremendas ganas de llorar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escalones