miércoles, 22 de julio de 2009


Me miraba. Me miraba con las pupilas dilatadas. Yo también las tenía expandidas como platos. El marrón del iris apenas se distintinguía en la penumbra.
Que estuviese riendo y diciendo tonterías se debía también a la marihuana. Pero que mas da. Yo a pesar de todo sabía que no era cosa de la droga que me mirase así. Con los ojos medio entornados y brillantes. Siempre fue su punto débil. La mirada. Podía mentir con sus palabras, incluso con sus actos, podía fingir, decir cosas que no quería en absoluto que saliesen de su boca, pero no podía engañar con la mirada.
A veces, lo intentaba, y lo intentaba de verdad. Me decía ''vete, vete lejos y no vuelvas'', y yo lo hacía, lo hacía porque me lo pedía, pero sabía que él no quería que me marchase, sabía que en realidad quería abrazarme lo mas fuerte posible y decirme ''aún no, quédate una noche más''.
Y también formaba parte del trato. Había amor, bajo la piel. Pocas palabras bonitas y muchos besos. Así éramos. Nos deshacíamos y nos volvíamos a hacer.
Yo decía blanco y él decía negro. Y discutiamos. No siempre, pero casi siempre. Él desde que lo conozco fue un cabezota y yo siempre le dejé serlo. Discutiamos pero nos consentiamos mutuamente. Inconscientemente.
Sentí como se me erizaba la piel cuando me puso la mano en la pierna y empezó a dibujar eses hasta llegar a la altura del dobladillo de mi vestido.
Mientras cogía mi mano le daba otra calada a esa sustancia ilegal. Ilegal para corazones rotos y para personas rotas. Aunque pensándolo mejor, existían cosas peores que fumar cannabis. Y había peor gente por ahí suelta que la que fumaba alguna tontería de vez en cuando.
Volví a mirar los ojillos con mirada ahora ya perdida.
Sinceramente, a veces el mundo gira en el sentido contrario, haciéndote ir a contracorriente y llegando al punto al que querías llegar obsequiando y soportando empujones. Pero cuando llegas te das cuenta que por momentos como estos, momentos en los que una sonrisa vale mas que las mil y una palabras que a veces quieres escuchar, momentos en los que un gesto puede romperte o consolarte, momentos silenciosos, son por los que a veces (y sólo a veces) corres a contracorriente y no necesitas nada más.

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