miércoles, 15 de julio de 2009

Desiste.


Bajé las escaleras traseras, las que daban al mar. Contemplé las olas, la arena, la puesta de sol. Observar un atardecer en la playa era una de las cosas más bonitas que había visto en mi vida.
Me gusta sentarme solo y contemplar.
A menudo, las personas no captan la esencia de las cosas que se encuentran a su alrededor, sólo se fijan en el caparazón, admiran la fachada de la casa y ni siquiera se molestan en asomarse a la ventana o entrar y descubrir que hay tras esos muros.
Hacemos eso con todo. No logramos ver más allá de lo que el ojo alcanza.
Un defecto humano, nadie es perfecto.
Caminé por la orilla hasta llegar al viejo árbol del muelle. Creo que a ese árbol le quedan ahí uno o dos años. Seguramente en uno o dos años esto no será lo que es.
Miré hacía abajo. No es que fuese cabizbajo por algo en concreto, simplemente quise bajar la mirada.
Había restos de botellas vacías y algún que otro vaso roto.
¿Cómo y por qué había acabado aquí?
No es que me hubiese vuelto un huraño y un solitario, simplemente necesitaba paz y tranquilidad, desconectar de aquello que me impedía disfrutar de un café con hielo, un cigarro, una buena fotografía, ese disco que ya nadie quiere escuchar.
Volví sobre mis pasos, dejando que el agua me rozase los pies.
Las olas. Incansables. Insaciables, buscando cobijo en la orilla. Rompiéndose al llegar a ella.
¿A quién importaba, verdad?
¿Quién podía impedirlo?
¿Quién podía impedir que los acontecimientos siguiesen su curso?
¿Quién? ¿Tú?

2 comentarios:

Escalones